Fenaglicodol, Para qué sirve, efectos secundarios


El fenaglicodol es un fármaco poco conocido, tranquilizante y sedante, que tiene propiedades ansiolíticas (disminuye la ansiedad) y anticonvulsivas (previene las convulsiones de la epilepsia). Las propiedades anticonvulsivas también las tienen otro tipo de ansiolíticos; las benzodiacepinas; concretamente. Estas actúan como antiepilépticos y se utilizan para el tratamiento agudo de los estados de mal y para prevenir las epilepsias (tratamiento profiláctico). Concretamente, el fenaglicodol es un tranquilizante menor; un tranquilizante menor es un ansiolítico, que tiene una acción depresora del sistema nervioso central. Los denominados tranquilizantes mayores son los neurolépticos o antipsicóticos.

Por otra parte, y como dato curioso, el fenaflicodol se encuentra en la lista de sustancias prohibidas para la composición de productos cosméticos. El fenaglicodol produce depresión del sistema nervioso central, pero también tiene otros efectos en el organismo: intolerancia digestiva, colangiolitis y erupciones. La dosis habitual del fenaglicodol es de entre 450 y 1200 miligramos, que se reparten en tres tomas cada 8 horas. A nivel químico y estructural, el fenaglicodol se relaciona con el meprobamato, otro fármaco ansiolítico derivado del carbamato. Además, el fenaglicodol es un derivado del propanodiol, al igual que el meprobamato. Más concretamente, el fenaglicodol pertenece al grupo de fármacos denominado ectilurea (ansiolítico). Por otro lado, tiene más acción hipnótica que el meprobamato. Ambas sustancias (fenaglicodol y meprobamato) tienen acciones prácticamente iguales (a nivel experimental y clínico); además, sus indicaciones clínicas también son casi las mismas. El fenaglicodol, como ansiolítico que es, puede tener ciertos efectos adversos. Los principales efectos adversos de los ansiolíticos son alteraciones en la memoria, atención y concentración, así como somnolencia excesiva. Sin embargo, las alteraciones cognitivas se experimentan durante el tratamiento (y con dosis elevadas), pero una vez éste se interrumpe o finaliza, van desapareciendo; es decir, son reversibles. Además, también pueden generar tolerancia y dependencia.

La primera implica necesitar más dosi del fármaco para producir el mismo efecto, y la segunda implica desarrollar una adicción a la sustancia, es decir, “necesitarla” para vivir. Los ansiolíticos se recetan cada vez con más frecuencia, y en la actualidad una grandísima parte de la población ha consumido o consume este tipo de fármacos. Ante el sufrimiento psicológico, muchas personas acaban accediendo a tomar psicofármacos porque, en realidad, a efectos prácticos es más fácil tomarse una pastilla que reflexionar sobre lo que nos sucede por dentro. Pero, ¿hasta qué punto es “sano” tomar ansiolíticos?

Des del punto de vista psicológico, deberían considerarse estos medicamentos como una opción terapéutica de ayuda o soporte a la terapia psicológica; quizás podría valorarse como un paso previo a terapia cuando la ansiedad es tan elevada que no se puede controlar y por lo tanto, es muy difícil trabajar. Una vez la ansiedad disminuye, ya es posible empezar a trabajar con el paciente a través de una intervención psicológica adecuada a sus necesidades e inquietudes. Nunca debería entenderse el uso de ansiolíticos como la única herramienta para gestionar la ansiedad y otros estados psicofisiológicos del organismo (así como emocionales), sino más bien como una herramienta que complementa a la intervención psicológica. Los ansiolíticos pueden ayudar a muchas personas en momentos o períodos puntuales, pero su uso exclusivo (sin otro tipo de abordaje) y a largo plazo solo generará dependencia y un posible sobre abuso de este tipo de sustancias.

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